Las obras
surgen en un contexto cultural preciso. Ellas son testimonio y símbolo de su época.
A su vez, con el paso de los años, mientras algunas pierden brillo, otras
parecen avivar su fuego. ¿Quién o qué es lo que atiza la llama? Probablemente
el tiempo, pero también algo llamado “autenticidad”. Una aptitud que, por
supuesto, siempre es deudora de algo y/o de alguien. Black Sabbath es claro ejemplo.
Aquel fragmento de Borges que dice “Poe,
que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry, que
engendró a Edmund Teste”, de Pierre
Menard autor del Quijote, confirma esta idea. Así, el cine de terror, el
ocultismo, el blues y el rock, entre otros, “engendraron” esa música densa y
tenebrosa de Ozzy Osbourne, Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward.
Se sabe que el característico sonido
de la banda se debe acaso al accidente que tuvo el guitarrista a los diecisiete
años, cuando en su trabajo como operario en una fábrica, una guillotina de
metal le cercenó dos dedos de la mano derecha.
“No podía tocar los acordes de manera convencional, así que tuve que
idearme algo diferente para generar un sonido más fuerte", explica Tony
Iommi. Este hecho azaroso fue un hecho capital para que germine “lo nuevo”.
Aquella idea de Hölderlin “donde está el peligro crece lo que
salva” toma real dimensión en la historia de los cuatro de Birmingham.
Así, si
a los riffs hipnóticos de Iommi, el afinado en una tonalidad más baja y el uso
del tritono o intervalo del diablo, se le suman el machacante bajo de Butler,
la inimitable voz de Ozzy cantando la melodía de la guitarra y la poderosa
batería de Ward, el resultado es sin dudas un combo explosivo.
Frente al flower power y el hippismo, Black
Sabbath propone cruces invertidas y letras de tono sobrenatural y simbología
ocultista: “Una gran sombra negra con ojos de
fuego, revelando a la gente sus deseos / Satanás está ahí sentado, sonriendo /
Mirando cómo las llamas se elevan más y más”, y eleva también su voz contra la
guerra y los políticos de turno (War pigs), la alienación (Paraonoid) e,
incluso, coquetea con la ciencia ficción (Iron Man y Planet Caravan).
El sonido rústico que parece
mitificar el hecho estético como sucede con las viejas fotografías (a propósito
¿cómo olvidar el arte de tapa del primer álbum?), queda inmortalizado en discos de enorme ruptura como Black Sabbath, Paranoid, Master of Reality y Volumen 4. La
originalidad de las composiciones (varios temas son rapsodias contemporáneas,
no es casualidad que Iommi haya trabajado con Rick Wakeman y el primer Jethro
Tull), y la inusitada intensidad del grupo, firman el acta de defunción de otras
corrientes artísticas de su tiempo. Y no sólo eso, funda también junto a Sabbath Bloody Sabbath, Sabotage y los álbumes
con Ronnie James Dio, el género que hoy se da en llamar “heavy metal”. Sin
dudas, fue un sumergirse en la incertidumbre del agua abisal, un salto al vacío
como lo es todo hecho artístico. Es cierto que álbumes como Sgt. Pepper's Lonely
Hearts Club Band de Los Beatles, entre otros, también lo fueron. Pero
cada salto, cada sumergirse, es único e irrepetible, nace y muere en el hombre
mismo (en la banda misma).
Hasta aquí los datos
biográficos y de obra que más o menos conocemos: la música perturbadora y
revolucionaria, las noches de alcohol y drogas, el éxito casi inmediato, los recitales
con poca iluminación, las constantes sospechas de satanismo.
Sin embargo, hay algo subterráneo,
inquietante. Late profundo al escuchar su música y excede lo racional. No se
sale indemne después de escuchar a Black Sabbath. ¿Cómo llamarlo? Me parece que
aquello tan difícil de definir puede vincularse con el concepto de “esencia”. La
música de los ingleses es profunda, sus atmósferas lovecraftianas despiertan algo interior que estaba dormido. De
algún modo es una plegaria, una invocación, un llamado a lo primordial. ¿Se lo
propusieron los originarios de Aston? Quién sabe. Como sea, en su música se esculpe un enigma, un “Secreto” que se
vislumbra a la par del aquelarre de sonidos y climas que constituye su obra. Black
Sabbath entiende el arte como una evocación del Grito Primitivo, aquel que
dimos al nacer y nos hace ser los que somos. En cada súplica o aullido de Ozzy:
“Oh,
no, no. Por favor, Dios, ayúdame”, en los solos de emoción oscura e inquietante de Iommi, en el bajo de
Butler, maestro y pionero en el uso de pedales de efecto en las cuatro cuerdas,
en los imaginativos parches de Ward con sus influencias jazzeras, su velocidad y su groove,
se cifra, me parece, una música que
evoca y homenajea aquel grito potente y primero. Este es mi agradecimiento, ésta, mi oración.
Grito primitivo
manifiéstate en la música
que la fuerza del origen
dé vida a cada sonido
que se respire ese primer aliento
y las notas trasciendan la partitura
que tu resonancia
temblorosa
a veces
indómita
a veces
sea
Gustavo Di Pace