miércoles, 14 de junio de 2017

DIOS GUARDE A VUESTRA SEÑORÍA, Gustavo Di Pace, El chico del ataúd, Alción Editora, 2014




                          
                              “Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu”
                                                                                                                          Antonin Artaud



El asunto es comenzar. Encontrar el momento o la voluntad. A veces con una idea es suficiente. Otras alcanza con un muerto. Sobre todo en un lugar como este: ventanas pintadas de negro, pinceladas desprolijas de la brocha, columnas erosionadas, carcomidas. Mi función es pasar en limpio, sin metáforas, sin imaginación. ¿Anotar el peso de un cerebro es un modo de entender? ¿Y describir las vísceras de un frasco? Quién sabe. El forense ni se lo plantea, su profesión excede esta clase de preguntas. Menos lo hacen el obductor o el eviscerador. Con el trabajo de estos tipos el lenguaje se me estrangula. ¿Cómo referirse al serruchado de cuerpos, la quita de vísceras y su enfrascado, para luego devolver el contenido a su lugar original, a semejanza de las bolsitas con los menudos del pollo en el supermercado? Nada de imaginación ante una bola de papeles de diario en el espacio craneal donde antes hubo un cerebro. Palabras más muertas que los muertos. Y yo acá, tratando de no volverme loco, en un intento de resucitación de lo que queda de mí, contaminado por los pisos llenos de agua y de sangre de aquella sala, con esta mirada rota, sola y silenciosa con el correr del tiempo y mis recibos de sueldo.
Quiero imaginar un rato antes de que llegue el otro informe: la historia del hombre que tiene un sueño recurrente y descubre que en realidad ese sueño fue su otra vida, o aquella en la cual alguien intenta recordar sus primeros dos años a través de la técnica del grito primitivo, o preguntarme qué se muere cuando alguien se muere. Por supuesto, es difícil concentrarse en este lugar. No me olvido de que estoy trabajando. Como sea, somos todos parásitos acá dentro, la fauna cadavérica acumulada en la parte de atrás de una morguera que junta cuerpos para hacer menos viajes. Tal vez no me diferencie del forense, ni del obductor, ni del eviscerador. Quizás yo tampoco nací para la reflexión o los grandes pensamientos. Con suerte llego a la queja o a estas digresiones. Y ni siquiera estoy muerto, como el que vivirá en estos párrafos, porque me llega un informe nuevo. Me lo dan como si me dieran una taza de café. Una nueva nada que me obliga a escribirla, en este mismo instante y, de repente, llena de voluntad. Es que esto es algo así como la muerte y su descripción, la muerte y sus palabras. Sin metáforas, sin imaginación.

Autopsia número 453, de la hora 09.15.

En cumplimiento de lo dispuesto por Vuestra Señoría hemos practicado en la Morgue Judicial la autopsia al cadáver de un hombre, remitido por la Policía Seccional 7º como perteneciente a quién sabe si es importante el nombre de esta muerte que ahora se escribe y nace como Pedro Oscar Corradini, de nacionalidad argentino, de 81 años de edad, domiciliado en Av. Rivadavia 3132, el 2 de agosto de 2008, a las 23.00 hs, en su domicilio y sin vida.

Actuaciones: Muerte por causas dudosas de criminalidad.

Y claro, se viene la duda porque este muerto parece que dio el último respiro con la sorpresa de alguien que abre los ojos en mitad de la noche y se queda quieto, quietito como el cadáver de un hombre de buen desarrollo óseo y muscular, en buen estado de nutrición, de talla 1.80 mts. Color blanco, cabello canoso, ojos negros, nariz, boca y orejas medianas, peso en kgs: 80, envergadura 1.75 cms. De la dentadura del tipo, perdón, del cadáver, se solicita informe odontológico. Me resisto, me duele escribir así, pero debo seguir con mi trabajo y pasar en limpio las córneas opacas, las pupilas dilatadas y la rigidez parcialmente conservada, un examen traumatológico que a la inspección de este tipo, perdón, de este cadáver, presenta las siguientes lesiones: orificio de bala en región epigástrica y sí, pobre el hombre yéndose de a poco, de repente, sin esperar la víspera, sorprendido, porque acá no llegan las muertes soñadas, aunque pensándolo bien las muertes son todas iguales, y lo único que cambia es si uno está despierto o dormido, y si está dormido mejor, así la conciencia no se entera de lo que se viene, no se entera de esta masa encefálica que pesa 1500 gr, edema leve, huesos del cráneo sin lesiones y meninges: congestión. Así es la parca, se va apoderando de todo y lo hace sin meterse más que con un pedazo de plomo, bien adentro y ahí se termina la cosa, así de fácil para este Pedro Nosecuánto con mucosa en los labios y lengua normal, con faringe y esófago sin particularidades y laringe y tráquea sin particularidades y con tórax normal también,

Mediastino: Normal.
Pleuras: Sin adherencias, cavidades vacías.
Pulmón derecho: Sin particularidades, pesa 480 g.
Pulmón izquierdo: Sin particularidades, pesa 460 g.
Pericardio: Vacío libre.
Corazón: tamaño normal, pesa 350 g, coágulos cruóricos.
Válvulas: Sin particularidades.
Aorta: Ateromatosa. Válvulas: Sin particularidades.
Pulmonar: Normal.

Y acá estoy, más muerto que este muerto que escribo, y que los términos sean los de la ciencia porque si no, se mea fuera del tarro. Quisiera extraviar este lenguaje prestado, como hacen los buenos artistas, evitarlo para recuperarme, para ser ese que fui y se malogró hace años, antes de que los estados crepusculares se conviertan en esta larga noche, el comienzo de esta muerte, de este diafragma que es normal, un estómago con solución de continuidad de aspecto traumático y 1,5 cm x 0.4 cm en cara anterior, y cómo terminar con esto que nunca debió haber comenzado, la potente claudicación de los sueños, el ominoso camino hacia la locura, la historia de este muerto que me abruma, la de su mucosa con intensa hemorragia, su hígado congestivo, la vesícula normal, el páncreas congestivo, los intestinos meteorizados, la cavidad peritoneal que es una colección hemática de aproximadamente 2 litros, y esto sigue feo para cuando llego a los riñones y están congestivos, y la próstata es normal y ni siquiera pudo echarse un cloro el ñato, porque tiene 500 cm3 de orina clara, y qué alivio mear fuera del tarro, es como echarse el cloro que no se echó este muerto, salirme de sus restos y olfatear la libertad, porque tal vez aún no soy un fantasma, quizás Pedro Nosecuánto pueda revivir en esta autopsia, y los testículos y pene normales y el recto, periné y esfínter sin particularidades, ¿no?
Pero… es raro este informe. Es que uno hace tiempo que no se come los mocos, porque si las conclusiones dicen que la muerte del tipo, perdón, del cadáver, fue producida por una herida de bala, en región epigástrica que efracciona piel, plano musculoaponeurótico, peritoneo y pared de cara anterior gástrica, con hemorragia masiva hacia la cavidad peritoneal, entonces algo no está bien porque yo no estuve ahí, pero me pregunto qué tienen que ver los pulmones llenos de agua con la herida de bala, y encima se pide

examen histopatológico de encéfalo, corazón, fragmento de pulmón y riñones cuyos resultados nos sean remitidos por el Servicio de Histopatología de la Morgue Judicial,

y además se pide

examen de grupo sanguíneo y factor RH cuyo resultado se eleva.

Y por si fuera poco se pide

investigación de alcohol etílico y metílico en sangre cuyo resultado se eleva.

Y

se solicitan dos radiografías, cuyo informe será elevado una vez que nos lo remita el Servicio de Radiología de la Morgue Judicial.

Además se piden

fotografías,

sí…

fotografías que serán elevadas una vez que nos lo remita el Servicio de Fotografía de la Morgue Judicial,

o sea, lo único que puedo sospechar es que acá hay gato encerrado aunque guardemos

vísceras en frasco Nro. 1,
estómago y su contenido; en frasco Nro. 2,
trozos de distintas vísceras, en frasco Nro. 3,
orina para que los Sres. Peritos Químicos efectúen el estudio toxicológico de las mismas, cuyo resultado será elevado directamente a ese Tribunal por el Servicio de Toxicología de la Morgue Judicial.

Sí, me quiero salir de este modo de escribir, porque encima es absurdo que se pida también

Humor vítreo para investigar droga.
Hisopado rectal para investigar esperma.
Hisopado nasal para investigar cocaína.
Hisopado bucal para investigar esperma.

¿Se creen que soy boludo?
Debo resistirme a estas paredes frías y falsamente asépticas. Debo recuperar aquellos estados de felicidad y ese espíritu de mis redacciones, el del pequeño lector que iba a la biblioteca del colegio a retirar un ejemplar de la colección Robin Hood, para tolerar mejor el otro lado de la película, el que nadie quiere ver y yo veo acá por unos mangos a fin de mes. Pero apenas si puedo recuperar a Pedro Nosecuánto. Apenas porque ahí entra el forense, él y su culo alevosamente sucio, porque no hay lenguaje técnico que defina mejor la profunda y casi literal significación de estas palabras. Ahí está, mirándome siempre hacia algún lugar por arriba de las cejas, como hacen los locos. Así y todo, si él anota que los pulmones están llenos de agua y a su vez hay una herida de bala que provoca esos pulmones llenos de agua, yo tengo que dar cuenta de eso y por escrito. Tal vez me animo y le digo que si se quiere falsear un protocolo de necropsia no puede caer en semejante error, que la estupidez en su caso es un miedo atroz a la inteligencia. Pero seguro que a él no le importa. Nada importa en un lugar cómo este. El ambiente nos sopla en la cara su aire de finitud.
Ahora él me mira otra vez hacia algún lugar de mi frente, con su cara estereotipada y recibida, y me pregunta si terminé mi trabajo. Yo le pongo cara de tipo aplicado y le digo que ya casi. El tiempo se despereza hasta que llega la unidad de traslado otra vez. Un ciclo que se cumple a rajatabla, porque hace años que vienen llegando las morgueras, y yo estoy aquí, viendo las camillas con las bolsas negras y el olor negro y acre que lo contamina todo. Es una pena que la mayoría de las veces uno que espichó sea el detonante de mis palabras. No hay caso, la parca es la gran motivadora. Pero ahora el forense me desconfía, lo veo acercarse, quiere ver en qué ando, y yo debo evitar que él vea lo que escribo.
Ahí viene nomás, lo hace a grandes pasos, como si la velocidad fuese posible en este sitio lento, soporífero. Se me ocurre atajarlo con el recurso más simple, le pregunto por la familia, esa familia pseudo perfecta que se ve en el portarretrato de su escritorio. Con esa mujer que probablemente escucha sus historias de laburo día a día: “hola, mi amor, hoy llegaron cinco muertos, el último lo dejé para mañana” o “no sabés, nos llegó el cadáver de tal famoso” o “adiviná cuántos gusanos contamos en el cuerpo de un viejito la otra tarde”. Y lo peor de todo, ese hijo que se ve en la foto. Pobre pibe, me digo, admirar a un padre como este.
El forense se detiene, se queda como una estatua y sonríe. El choque entre sus palabras científicas y mis palabras desesperadas no se concreta. Respiro aliviado, y le digo “ya casi” otra vez.
Qué ganas de mandarlo al frente, yo que salía mejor compañero en el colegio, que me votaba todo el mundo, que veía el pizarrón con mi nombre lleno de cruces. Pero sería como una confirmación de que la vida y la muerte me pasaron por encima. Sí, demasiadas cruces, demasiados votos que no terminaron en nada. Hace rato que dejé de ser una promesa.
 Resisto, en esta vulnerable dignidad que aún se sostiene, por azar, por negligencia o por magia. Ventanas pintadas de negro, pinceladas desprolijas de la brocha, columnas erosionadas, carcomidas. El tiempo vago, los frascos, las camillas, los delantales de plástico y las paredes cómplices.
Entonces el forense contesta, dice que su familia está bien, y no agrega más que los comentarios típicos. Habla del tiempo, del dólar, del partido ganado por Independiente a Boca, de la Copa Davis. Luego, mira para otro lado y yo le digo que no se preocupe, que el protocolo ya casi.
Rato después se va con el caminar correctísimo que tienen los individuos como él, y al que se le revuelven las tripas es a mí, porque no sé qué hacer con todas estas palabras, tajantes como los cuchillos que usan acá, porque los bisturíes se oxidan y se van del presupuesto. El inconsciente líquido se me derrama sobre los hechos y me abandona, llega hasta los pisos llenos de agua y de sangre de aquella sala.
Perdoname, Pedro Nosecuánto, porque no me voy a meter donde no debo, que alguien que no soy yo se crea entonces que te moriste de un paro cardiorrespiratorio no traumático, igualito que mi vieja, a la que también le hicieron una autopsia porque viste cómo es esto, ahora le hacen una autopsia a todo el mundo, hasta a una señora de ochenta y pico de años muerta con una lapicera en la mano mientras miraba el noticiero. Olvidémonos lo de la bala y lo de los pulmones llenos de agua.
En fin, andá a saber qué fue lo que se murió cuando te moriste, o si tuviste un sueño que en realidad era tu vida anterior, o si llegaste a dar el grito primitivo y te acordaste de tus primeros dos años. Lo escribiré en otro momento, en otro lugar, y con un poquito más de ánimo. Por ahora, que vivan tu mediastino, tu pleura, tus pulmones, tu pericardio y el resto de tus tripas. Y que pidan los informes que quieran. Radiografías cuyo resultado se eleva, fotos cuyo resultado se eleva y estudio toxicológico cuyo resultado se eleva.
A esta altura es mejor ser uno más y a la mierda las metáforas y la imaginación, porque si abro el pico y el forense o algún buchón de la Morgue se entera, hasta capaz que pierdo el laburo, y además de sentirme un pobre tipo que ni siquiera merece estas palabras que vos sí mereciste, a mi modo, como pude, lo único que me faltaría es no tener un mango ni para cigarrillos.                                                                                            

Dios guarde a Vuestra Señoría

El crimen de Artaud, por Hernán Isnardi


"Sólo los espíritus agrietados poseen aberturas al más allá."
E. Cioran

   Quisiera comenzar con dos fragmentos de Artaud (donde pueda hablar él me abstendré) que creo son fundamentales para la comprensión del texto.
Dice Artaud:
   "¿Qué se entiende por Auténtico Alienado?
Es un Hombre que prefiere volverse loco antes que traicionar una idea superior del honor humano."
"En el alienado hay un genio incomprendido que cobija en la mente una idea que produce pavor, y que sólo puede encontrar en el delirio un escape a las opresiones que le prepara la vida."
   Si fueron capaces de matar a mi amigo con esa sed imposible que es el desconocimiento opacado por la imbecilidad (cosa que denuncia a cualquier negligente), cuidado, el mundo les pertenece.
   El corto camino de la mediocridad siempre prefigura esa clara intención.
   El hombre está solo. La soledad es como una gran noche que traga todo. Ya sabemos que lo obscuro se lleva hasta las sombras y que sólo podemos hallarlas en los últimos silencios.
   Artaud, el pobre Artaud, el loco Artaud, ya no tiene la costumbre de la angustia; ya la tierra tapó toda tristeza y su dolor es otro de los olvidos.
   El poeta puede soñar lo que no sabe y ganar un espacio sin memoria.
Soledad y nada; entrega y decisión; humillación y angustia. Antonin Artaud ha llegado al infierno y el río del olvido no existe (o sí). Beber, olvidar y despertar en el infierno, en la orilla de un río que al beber olvidas todo, es sentencia.
   El vacío único de bucear en todo y al límite; siempre; en dirección a la nada.
   Dicen que en febrero de 1948 se le diagnosticó cáncer de recto terminal. Dicen también que el exceso de electroshock, además de ocasionarle la rotura de una vértebra y la caída de varios dientes, lo mató.
   Acusa el diccionario a propósito del término electroshock (electrochoque) lo siguiente:
"Terapéutica psiquiátrica consistente en el paso por el cerebro de una descarga eléctrica (en las sienes del paciente) durante unas décimas de segundo con la pérdida de conciencia. Aunque de eficacia discutida, se usa en el tratamiento de cierto tipo de psicosis."
   Me sorprendió encontrar sobre esta definición, la palabra electrocutar: "Muerte debida la paso de una descarga eléctrica".
   Lo que mata sería la dosis.
   Tratemos de ordenar desde su cabeza, cómo esa degradación le fue ganando la carne hasta pudrirla.
   Dice Artaud:
"En todo psiquiatra viviente hay un sórdido y repugnante atavismo que le hace ver en cada artista, en cada genio, a un enemigo.."
"... Los asilos de alienados son refugios de magia negra deliberados y conscientes y el tema no es sólo que los médicos promuevan la magia por sus métodos terapéuticos híbridos y disruptivos sino que la practican. Si no hubieran aparecido los médicos, no hubieran existido los enfermos..."
   Antonin Artaud comienza por el género y continúa con la especie, el electroshock:
"... y que en ese instante le permite no sólo no conocer sino terrible y desesperadamente desconocerlo que fue, cuando él era él, qué, ley, yo, rey, tú, zas, y eso. Pasé por eso y no lo voy a olvidar..."
"Pero veamos, los electroshocks jamás fueron una experiencia y agonizar en el electroshock es hacer pedazos una experiencia succionada por embriones del no-yo y que el hombre no volverá a encontrar..."
   Siempre habla de pérdida y nunca de recuperación de cualquier algo. Sigue:
"La medicina pervertida miente cada vez que muestra a un enfermo curado por las introversiones eléctricas de su método, yo sólo he visto a los aterrorizados del sistema, imposibilitados de reencontrar su yo. El que ha sido sometido al electroshock, no sale más de sus tinieblas y la vida disminuyó un grado..."
"... crear la muerte de esa manera artificial como lo hace la medicina actual es impulsar un reflujo de la nada que jamás fue provechoso para nadie.
   ¿Pero quién garantiza que los alienados de este mundo pueden ser curados por los auténticos vivientes?"
   Grave e hiperlúcido; el disminuido que no reduce un grado de genio y testifica con sus vísceras una realidad tan ineludible como inexplicable.
"Cada aplicación -dice Artaud- me sumió en un terror que duraba cada vez varias horas. Y no sin desesperación veía acercarse cada nueva aplicación pues sabía que perdería la conciencia una vez más y que durante una semana entera me vería además ahogándome en mí sin llegar a reconocerme sabiendo perfectamente que yo estaba en alguna parte pero Dios sabe donde y como si estuviese muerto."
   Termina -por ahora- con una sentencia de las más violentas que he leído y que paradójicamente está marcada por una pasividad extrema:
"Tengo que levantar una protesta por haber hallado en el electroshock a muertos que no hubiese querido ver."
   Sólo pide el derecho a disponer de su angustia, la angustia que hace a los locos, a los suicidas, a los condenados; la angustia que la medicina desconoce y que el doctor no entiende y que arranca la vida...
"Mi cuerpo y yo no queremos que nadie disponga de él." y agrega: "no existe sismógrafo humano que permita a quién me mire, llegar a una evaluación de mi sufrimiento más exacta que aquella fulminante de mi espíritu. Toda la incierta ciencia de los hombres no es superior al conocimiento inmediato que puedo tener de mi ser. Soy el único juez de lo que hay en mí."
   Es él quién esclarece (bien digo esclarece) anticipadamente su crimen.
   En el hiperlúcido trabajo sobre "Van Gogh, el suicidado por la sociedad", encontré la analogía por estudio y por sensaciones orgánicas con su vida y su muerte:
"La lucidez de Van Gogh, deja a la psiquiatría reducida a un tugurio de gorilas, obcecados y perseguidos, que sólo tienen como recurso para atenuar los más terribles estados de angustia y opresión humana, una ridícula terminología."
   ...Y recuerdo la sentencia de Porfirio: Lo semejante reconoce a lo semejante.
"El médico siempre tiene razón contra un encarcelado, porque le basta afirmar, y el enfermo siempre está en el error porque en tales casos aún sus afirmaciones de hechos entran en la categoría de un delirio catalogado, cualquiera sea la lucidez que emplee en expresarlos" le dice Artaud al excelentísimo doctor Latrémolière, director de un asilo para alienados.
   Aldo Pellegrini explica que el rechazo de Artaud al psicoanálisis tiene un fundamento ético y Antonin aclara: "Rechazaré toda tentativa de encerrar mi conciencia en preceptos y fórmulas."
   No conozco testimonio más claro que el que Artaud propone y no ha sucedido que un denigrado (físico y mentalmente) exponga y proponga con excelencia su mal y su solución.
"Soy aquel que ha sentido mejor el desconocimiento estupefaciente de su lengua en sus relaciones con el pensamiento. Soy aquel que mejor ha localizado el punto de sus más íntimos, de sus más insospechables deslizamientos. Me pierdo en mi pensamiento verdaderamente, tal como se sueña, tal como se entra súbitamente en el pensamiento. Soy aquel que conoce los recovecos de la pérdida."
   En toda la literatura de Artaud hay claves -ciertas veces claras y ciertas no- de su terrible nacimiento, vida y hasta adelantarse a su muerte. La angustia metafísica de Artaud multiplica el problema que es la vida. Artaud, como dice Pellegrini "rechaza cualquier tipo de conformismo, cualquier pretexto de alivio, cualquier engaño usado como justificativo para poder vivir".
"El hombre civilizado es un monstruo que ha desarrollado hasta el absurdo esa facultad que tenemos de derivar los pensamientos de nuestros actos, en vez de identificar nuestros actos con nuestros pensamientos."
   La ficha del psiquiátrico decía "este hombre se dice poeta". JA JA JA JA JA JA y JA. Allí donde la inteligencia exige un límite, vemos -no sin asombro- que la imbecilidad NO.
El Psiquiatra estudia...
El poeta siente...
   El poeta, estudiando algunos años, puede ser la piel del psiquiatra. El psiquiatra, aún viviendo algunas vidas, podrá jamás ser la piel del poeta.
   En el pecho del poeta se refleja -como en ningún otro- las torsiones del corazón y el sentido de una cosa. El verbo en estado puro.
   El pecho de un poeta es un volcán que, cuando hace erupción, sepulta todo lo que quiere con decisión y calor únicos. El alma también se consume con ardor... pero se rehace, siempre; porque como dice Antonin "la nada es cosa de poetas".
   La sociedad no se ha elevado aún hacia él. Han intentado bajarlo hasta el límite estúpido de sus conciencias débiles. Por eso cuidado con la pluma del poeta, la tinta puede ser sangre... y te puede matar una palabra.
   Gracias una vez más, hermano, por no haber dejado de ser jamás, Antonin Artaud.

jueves, 1 de junio de 2017

Hacedor de estrellas (Star Maker, 1937) de Olaf Stapledon - Prólogo de Jorge Luis Borges y Cosmogonía

Aquí, el prólogo de Jorges Luis Borges para la edición de Minotauro y la cosmogonía de uno de los libros fundantes de la Ciencia Ficción contemporánea: Star Maker, de Olaf Stapledon. Un texto donde el ensayo, la filosofía y la imaginación van de la mano. Y que la literatura sea.




Jorge Luis Borges

Nota preliminar à Hacedor de Estrellas de Olaf Stapledon

Hacia 1930, ya bien cumplidos los cuarenta años, William Olaf Stapledon abordó por primera vez el ejercicio de la literatura. A esta iniciación tardía se debe el hecho de que no aprendió nunca ciertas destrezas técnicas y de que no había contraído ciertas malas costumbres. El examen de su estilo, en el que se advierte un exceso de palabras abstractas, sugiere que antes de escribir había leído mucha filosofía y pocas novelas o poemas. En lo que se refiere a su carácter y a su destino, más vale transcribir sus propias palabras: «Soy un chapucero congénito, protegido (¿o estropeado?) por el sistema capitalista. Sólo ahora al cabo de medio siglo de esfuerzo, he empezado a aprender a desempeñarme. Mi niñez duró unos veinticinco años; la moldearon el Canal de Suez, el pueblito de Abbotsholme y la Universidad de Oxford. Ensayé diversas carreras y periódicamente hube de huir ante el inminente desastre. Maestro de escuela, aprendí de memoria capítulos enteros de la «Escritura», la víspera de la lección de historia sagrada. En una oficina, de Liverpool eché a perder listas de cargas: en Port Said, candorosamente permití que los capitanes llevaran más carbón que el estipulado. Me propuse educar al pueblo: peones de minas y obreros ferroviarios me enseñaron más cosas de las que aprendieron de mí. La guerra de 1914 me encontró muy pacífico. En el frente francés manejé una ambulancia de la Cruz Roja. Después: un casamiento romántico, hijos, el hábito y la pasión del hogar. Me desperté como adolescente casado a los treinta y cinco años. Penosamente pasé del estado larval a una madurez informe atrasada. Me dominaron dos experiencias: la filosofía y el trágico desorden de la colmena humana... Ahora, ya con un pie sobre el umbral de la adultez mental, advierto con una sonrisa que el otro pisa la sepultura».

La metáfora baladí de la última línea es un ejemplo de la indiferencia literaria de Stapledon, ya que no de su casi ilimitada imaginación. Wells alterna sus monstruos —sus marcianos tentaculares, su hombre invisible, sus proletarios subterráneos y ciegos— con gente cotidiana; Stapledon construye y describe mundos imaginarios con la precisión y con buena parte de la aridez de un naturalista. Sus fantasmagorías biológicas no se dejan contaminar por percances humanos.

En un estudio sobre «Eureka» de Poe, Valery ha observado que la cosmogonía es el más antiguo de los géneros literarios; pese a las anticipaciones de Bacon, cuya «Nueva Atlántida» se publicó a principio del siglo XVII, cabe afirmar que el más moderno es la fábula o fantasía de carácter científico. Es sabido que Poe abordó aisladamente los dos géneros y acaso inventó el último; Olaf Stapledon los combina, en este libro singular. Para esta exploración imaginaria del tiempo y del espacio, no recurre a vagos mecanismos inconvincentes sino a la fusión de una mente humana con otras, a una suerte de éxtasis lúcido, o (si se quiere) a una variación de cierta famosa doctrina, de los cabalistas, que suponían que en el cuerpo de un hombre pueden habitar muchas almas, como en el cuerpo de la mujer que está por ser madre. La mayoría de los colegas de Stapledon parecen arbitrarios o irresponsables; éste, en cambio, deja una impresión de sinceridad, pese a, lo singular y a veces monstruoso de sus relatos. No acumula invenciones para la distracción o el estupor de quienes lo leerán; sigue y registra con honesto vigor las complejas y sombrías vicisitudes de su sueño coherente.

Ya que la cronología y la geografía parecen ofrecer al espíritu una misteriosa satisfacción, agregaremos que este soñador de Universos nació en Liverpool el 10 de mayo de 1886 y que su muerte ocurrió en Londres el 6 de septiembre de 1950. Para los hábitos mentales de nuestro siglo, «Hacedor de estrellas» es, además de una prodigiosa novela, un sistema probable o verosímil de la pluralidad de los mundos y de su dramática historia.

Jorge Luis Borges