martes, 5 de marzo de 2024

Entrevista al escritor Gustavo Di Pace en Diario de una naturalista

 


Entrevista al escritor Gustavo Di Pace

«Para lograr textos genuinos debemos imaginar, correr el velo y acercarnos tal vez a la cosa en sí, a lo real, a la voluntad ciega… Mientras los pulmones respiren y la sangre bulla, mientras el transcurso nos afirme el presente, hurgaremos como topos en lo que no tiene nombre, y quizás, la belleza tome forma».


Al llegar, Gustavo Di Pace rompe con cualquier estereotipo. Tiene el pelo largo y canoso como el de un rockero de los años setenta. Viste jeans, remera blanca, una cruz egipcia y zapatillas Topper negras. Pasó apenas los cincuenta años, busca minuciosamente en el aire cada palabra que dice y mira a los ojos cuando habla. En su obra leemos a un escritor distinto, basta hojear libros como El chico del ataúd, Mi yo multiplicado, La escritura del Grito Primitivo o Plan para la máquina de espejos, entre otros, para comprobarlo.

ED: Bueno, imagino que ya te lo habrán dicho… antes que un escritor parecés un músico de rock.

GDP: Sí, sí, me lo dijeron, pero para mí ambos mundos van de la mano. Ahí tenés gente como Jim Morrison, Bob Dylan, los Iron Maiden, todos se nutren de la literatura. Y acá tenemos al mismísimo Charly y al Flaco Spinetta haciendo poesía en cada canción. En mi caso, yo leí y escribí desde que tengo uso de razón ¿sabés? y en su momento también toqué la guitarra eléctrica, mi banda se llamaba Grito.

ED: Ah, ahora entiendo la conexión con tu Grito Primitivo…

GDP: Claro, siempre estuvo ese concepto, fijate que al principio, allá por mis años adolescentes, se respiró como rebeldía, y ahora se transformó en un grito de identidad artística, la máxima aspiración, me parece.

ED: Estoy de acuerdo. Y seguramente debe haber otro vínculo entre el Di Pace lector y el que escribe…

GDP: Creo que sí, lo noto en la variedad de lecturas y en lo que escribo después. A mí me gusta leer de todo, la ciencia ficción de Stanislaw Lem y Philip Dick, admiro profundamente la poesía de Hugo Mujica y Laura Yasan, en el género cuento Felisberto Hernández me encanta, adoro los escritos de René Daumal también…Todas estas lecturas dejan su huella en la escritura, y aunque después nacen textos muy diferentes de los leídos, es cierto que hay un coqueteo con diversos géneros, estilos, formas.

ED: Siguiendo con lo que decís, tus libros son distintos entre sí, La escritura del Grito Primitivo, por ejemplo, se constituye casi como un manifiesto, con relámpagos de poesía y de ficción. Y Plan para la máquina de espejos, tu nuevo trabajo, se ubica dentro del género cuento, pero considerando su estructura ¿podría ser también un diario personal novelado?

GDP: Sí, sí, podría ser, un diario personal en el que el protagonista, Lucio Pietrángelo, anota las historias que ve en los paneles de la máquina que inventa. No le pone fecha, pero es de algún modo un diario, tenés razón.  

ED: Claro, y tambíén me llamó la atención la portada, que cuenta con un dibujo de Robert Fludd titulado La dualidad primordial. Si recordamos otro de tus libros, Mi yo multiplicado, no creo que sea inocente esa ilustración...

GDP: Bueno, aunque yo no elijo las portadas de mis libros, es cierto que esta última se la sugerí yo al editor (se refiere a Juan Carlos Maldonado, de Alción Editora, los libros de Gustavo Di Pace fueron publicados en su mayoría por este sello). Creo también que, efectivamente, habría una posible conexión entre ambas tapas. En la de Mi yo multiplicado hay dos hombrecitos sentados leyendo espalda con espalda, y es fragmento de una obra de Pieter Brueghel el Viejo. Por otro lado, la tapa de Plan para la máquina de espejos, que en realidad refiere a una visión hermético-cristiana y esotérica que nada tiene que ver con el aparato tecnológico al que se refiere en el libro, podría vincularse con la ilustración de Mi yo multiplicado… o sea, las duplicaciones, los espejos como metáforas de la identidad…

ED: La ucronía “Efecto Eckels” es un homenaje a Ray Bradbury, a quien incluso has conocido personalmente. ¿Cuánto influenció en tu obra?

GDP: Hum, no lo sé, pero todo es influencia: lo que vivimos, los libros que leímos, las películas que vimos, los sueños, las historias que nos contaron… Y sí, tuve el gusto de estrechar la diestra del gran Bradbury allá por 1997, cuando vino a la Feria del libro local.

ED: Bueno, antes de recomendar a los lectores tus dos últimos libros, finalizo esta entrevista con una pregunta que será un clásico en el Diario. 

Goethe consideraba las tendencias vertical y espiral como los principios esenciales que modelan a todas las plantas y los árboles. Manifestó que hay siete formas morfológicas como metamorfosis de la forma original de la especie: 1) las plantas herbáceas, en equilibrio con su tamaño y entorno; 2) los árboles frondosos, en donde predomina lo vertical y el ramaje que pone distancia al entorno; 3) las enredaderas, siempre en la búsqueda de luz; 4) las coníferas, totalmente verticales y rígidas; 5) las cactáceas, donde predomina lo periférico y absorbe todo lo que acontece en su entorno; 6) los arbustos, que se contentan con haber crecido sólo un poco, sin importarles llegar a ser un árbol; 7) las plantas montañosas, que llevan su energía a la consecución de la belleza: su flor, sin derrochar energía en el follaje.

Siguiendo esta idea, ¿podrías encontrarte dentro de alguna de estas categorías? ¿Cómo serían tus características humanas según estas morfologías? ¿Más arraigado a la tierra, más conectado con la luz, a merced del viento, o un híbrido de todos ellos?

GDP: Uy, qué grande es Goethe, digo, ese poder de observación. No sé, me parece que respondería un poco a cada una de estas categorías… según el día, el tiempo, la humedad, ja ja. A veces busco el equilibrio, otras me dejo llevar, y muchas veces necesito la luz. En la escritura, me parece, elijo las opciones según lo que el texto me pide, él (y no yo) es siempre la prioridad. Tierra, viento, luz. ¡Y que la literatura sea!



Gustavo Di Pace (1969). Publicó los libros de cuentos Los patios interiores, Libris de Longseller, 2003, Mi yo multiplicado, El chico del ataúd y Plan para la máquina de espejos, Alción Editora, 2011, 2014 y 2022 respectivamente, la novela Tuya es la sangre, en 2016 y el ensayo La escritura del Grito Primitivo, en 2018, bajo el mismo sello. Escribió además Para entrar en estado literario, Leer a Borges es como mirar el mar, Conceptuario (ensayos), Meditaciones, un ejercicio de escritura y respiración (poesía) y Crucifixión (novela) aún inéditos.

Publicó diversos textos en antologías y revistas de Argentina, México y España. Colaboró en la revista Reflexiones y Debates con su columna Mismidades y egomanías de un tal Vorazip y en CAM, la Web Cultural con reseñas de libros, películas y obras de teatro. 

Actualmente, coordina actividades literarias en el Centro Cultural San Martín y en su propio espacio: El Respiradero, Cursos & Talleres literarios, un lugar que intenta promover la creatividad y la expresión artística, no sólo con las herramientas clásicas de un taller literario, sino también a través de la lectura de textos y la reflexión sobre distintos temas inherentes al arte y el pensamiento, metodología primordial para lograr los objetivos.


Fuente: https://www.diariodeunanaturalista.com/entrevista-al-escritor-gustavo-di-pace/

lunes, 27 de noviembre de 2023

La paradoja camusiana, David Zane Mairowitz

 


Ser optimista aunque no se tenga esperanza,

Cuando se comprende el sentido filosófico del absurdo y se aprende a vivir con él, aparece una palabra clave: aventura. Y en la vida, o lo que haya de este lado de la muerte, reina una libertad suprema.

“No hay más que un problema filosófico realmente serio: el suicidio”.  Con este disparo ALBERT CAMUS (1913-1960) inicia su ensayo El mito de Sísifo, sin duda uno de los libros más influyentes de mediados del siglo XX. Si la vida no tiene sentido ni propósito, ¿para qué seguir viviendo? Camus afirma que al suicidio siempre se lo trató como un problema social. Para él, era una cuestión existencial —la única que verdaderamente cuenta.

Un suicidio “es preparado en el silencio del corazón del mismo modo que una gran obra de arte”. Morir a manos de uno mismo implica reconocer  “la falta de toda razón auténtica para vivir…” y la futilidad del sufrimiento.

En ausencia de un Dios o de un “juez” divino, el ser humano se vuelve a la vez el acusado y su propio juez, y tiene el derecho de autocondenarse. Kierkegaard, Fiódor Dostoiesvski, Fanz Kafka, Edmund Husserl y otros escritores que enfrentaron este absurdo, rechazaron la opción del suicidio y así se reconciliaron con lo irracional. Según Camús, esto los fuerza a aceptar que el afán humano de comprensión será negado y que el hombre permanecerá en un estado permanente de humillación.

En este punto Camus se vuelve crucial. Dice que no es mediante el suicidio como un ser humano se enfrenta con el absurdo, que hay que “morir sin reconciliarse y no en forma voluntaria. El suicidio es una falta de comprensión. De hecho la vida consiste en mantener vivo el absurdo, y para eso básicamente hay que observarlo”.

Vivir el absurdo significa, por sobre todo “una falta total de esperanza (que no equivale a la desesperación), un rechazo permanente (que no equivale a la renuncia) y una insatisfacción consciente (que no es lo mismo que ansiedad juvenil)”

De ello se infiere esta aparente contradicción:

“La vida será vivida más plenamente en la medida que no tiene sentido”

La falta de esperanza libera al hombre de toda ilusión acerca del futuro, y entonces es capaz de “vivir su aventura dentro de los límites de su tiempo de vida”.

 


sábado, 20 de noviembre de 2021

Andá a la peluquería, Di Pace, por Gustavo Di Pace

 


 Ahí estaba yo en la puerta del colegio, esperando a mi hija, pensando en temas trascendentales cómo qué interesante se torna una descripción literaria cuando otorga espíritu a las cosas y… por qué mis gatos se comen el papel higiénico y… todo a un mismo tiempo, qué escalofriante es estar de acuerdo con cada aseveración de Byung-Chul Han. Afuera de mi cabeza, la liviandad de la primavera se derramaba junto al sol entre las hojas de los árboles y, entonces, tomado por ese regalo de la naturaleza, traté de aquietar la mente. No tuve demasiado tiempo porque los chicos enseguida comenzaron a salir en fila, guiados por las maestra. De repente, cuando mi hija bajaba las escaleras con esa gracia tan suya, escuché desde algún lugar indefinido esa frase que era casi una orden: “Andá a la peluquería, Di Pace”. Es cierto que no era la primera vez que me la decían. Otras veces era acompañada con un “no seas ridículo”, “dejate de joder, a tu edad”, “estás hecho un viejo patético”, “te hacés el rockero” o “parecés un león” (y podría seguir, pero se haría demasiado largo el texto).

Dato no menor, el “amigo” que había hecho la “recomendación” es pelado. Así, su cabeza brillaba al sol de la tarde como una bola de billar (pero no se lo dije). Lo saludé constatando de nuevo la conexión entre su condición y mi frondosa cabellera rockera y nos fuimos con mi hija a casa. La charla con ella acerca de cómo le había ido en el colegio fue una pequeña tregua al pequeñísimo suceso que sumaba un asunto más a mis cavilaciones de ese día. “Papi, una paloma me hizo caca en el pantalón”, “ah, el viernes tenemos prueba de inglés”, “¿sabías que la profesora de Educación Física está embarazada?”. Pero ni bien llegamos y ella se preparó para tomar su clase de dibujo oriental por Zoom, comencé a enrollarme otra vez. No pensé que a esta altura de mi vida iba a estar pensando en asuntos tan triviales, tal vez asomaba cierta inseguridad nunca del todo superada, pero… ¿Por qué insistían en que me cortase el pelo? ¿Los escritores deberíamos llevar el pelo corto? ¿Era apenas una sugerencia estética?

Fui hasta el espejo y me miré. Más allá del paso inevitable de los años, me gustó la imagen que este me devolvía. Tampoco era para vanagloriarse pero… siempre fui un poco retro. En los años ochenta probablemente nadie me habría dicho nada. Ahora bien, yo sabía que llevar el cabello largo no sólo me diferenciaba de aquellos que usaban esos cortes de moda con gel y jopo que tanto detesto sino también de casi todos los correctísimos y prolijos compañeros de mi generación. Constatarlo, no lo puedo negar, me inunda de un secreto y mundano orgullo.

Me dispuse a seguir con mi trabajo, puse algo de Hendrix y fue entonces que un sinnúmero de caminos comenzaron a tenderse en mi cabeza, Era una compleja autopista, con ideas que se entrecruzaban y parecían confluir en una ruta que, de a poco, si los dioses eran benévolos, me iría dilucidando esta importantísima cuestión. Las ideas que surgieron, aparentemente inconexas, fueron las siguientes:

1) Muchos ya no buscan títulos o autores en las librerías sino que sólo compran lo que les “recomiendan” los medios y las redes. Parecen haber perdido el afán de descubrimiento que significa hurgar entre libros, palparlos, leer de qué tratan e investigar por cuenta propia.

2) El panóptico del que habla Foucault ha tomado nuevas formas y ya no sólo somos vigilados sino también direccionados.

3) En correspondencia con el ítem anterior, aquella idea de Heidegger de que no pensamos sino que somos pensados sería “tendencia” en los días que corren.

4) Siguiendo el punto anterior, no sólo perdimos la capacidad para resolver una mínima cuenta matemática porque la calculadora, la computadora o el celular lo hace por nosotros, sino que también perdimos la capacidad para esbozar unas pocas ideas propias: los medios, la posverdad y todo circuito de poder lo hace por nosotros.

5) Siguiendo también con el punto anterior, y como eslabones de una misma y larga cadena, ni bien uno se sale de la norma, del pensamiento común o de acción, es señalado y juzgado.

En conclusión, cada día que pasa firmamos una previsible acta de defunción, la del pensamiento propio. Y no creo necesario citar la Cábala, con esa idea de que detrás de diversos elementos que parecen estar lejos entre sí, hay una conexión. Ya lo decía, no tan metafísicamente y con una claridad escalofriante, Pancho Ibañez: “Todo tiene que ver con todo”.

Es justo decirlo: si diese entidad a los juicios de valor que he recibido a lo largo de mi vida ya debería haberme suicidado hace treinta y cinco años, así que la sugerencia de que visite al peluquero no deja de ser una mancha más al tigre, como se dice. Pero llama la atención cómo en una sociedad que proclama por un lado la igualdad y la tolerancia, permita por otro estos visos de tinte conservador, con todo lo que eso significa en los días de hoy, ideas cuyo crecimiento es exponencial en diversas partes del mundo. ¿No será mucho, Di Pace? Quizás. Pero es fácil corroborar que una sociedad enlatada, donde el criterio es moldeado por las modas, donde el que piensa o actúa distinto es “raro”, donde se naturaliza que un conductor de televisión salga en pantalla con un corte de pelo nuevo cada semana, o un político que nació en el jurásico no tenga una sola cana, sean lo aceptado. Y uno, que apenas probó otro look o es víctima de la nostalgia, sea hostigado con sugerencias y adjetivaciones de todo tenor. ¿No es extraño que una sociedad fast food como la nuestra realce las malas noticias convirtiéndolas en un espectáculo diario? ¿No les preguntan a todos aquellos que desean ser libres por qué votan a los que los volverán a someter y, qué casualidad, dichas corrientes están en contra de toda política de inclusión? Creo sinceramente que vivimos en una sociedad hipócrita, donde un negocio de venta de personalidades se fundiría, no porque no fuese buena idea ofrecerlas sino porque muchos están demasiado cómodos con sus pensamientos estereotipados.

Emerson, el escritor trascendentalista, dijo que los argumentos no convencen a nadie… Hermann Hesse afirma en Mi credo que es denunciante y adversario de su época, y habla de su tiempo como una “atmósfera de mentiras, codicia, fanatismo y vulgaridad”.

No puedo estar más de acuerdo con estos viejos camaradas. Qué fácil es instalar ideas en el rebaño. Fíjense que hasta dejarse el pelo un poco más largo deja en evidencia esta triste y casi maléfica verdad….

En estas reflexiones estaba cuando mi hija terminó su clase y me propuso jugar. La miré y le hice una contrapropuesta: salgamos a caminar, a reconocer pájaros por su canto y su color. Me miró entusiasmada, así que aquí dejo estas maquinaciones y anoticio a todos aquellos a los que mi “pelaje” parece quitarles el sueño: la calvicie ya asoma en la parte superior de mi cabeza, sin prisa y sin pausa. Quédense tranquilos. En cualquier momento deberé ir a la peluquería o el pelo se me caerá solo. Mientras tanto, juego a que el tiempo no pasa tan rápido. Como verán, tal vez sea un poquito patético, pero no molesto a nadie, sólo soy fiel a lo que me gusta y puedo jactarme de no juzgar a los demás ni levantar mi dedo acusador a nadie. Let it be, cantaban Los Beatles. Eso sí, el peluquero el otro día vio mi foto de perfil de Whatsapp y me mandó un audio corto y contundente: “Vení, Samson, en veinte minutos te hago el corte de Fantino”.

 

Gustavo Di Pace

sábado, 6 de noviembre de 2021

Charly García, nuestra Ave Fénix, Gustavo Di Pace

 


Se llama oído absoluto a la especialísima capacidad que permite identificar una nota sin referencia externa alguna. Al parecer, Mozart y Beethoven la tuvieron. Charly la tiene. ¿Podría ese oído absoluto ayudar a la composición de las letras de una canción? El vínculo entre música y poesía es estrecho (ambos trabajan el sonido, el silencio, el ritmo). ¿Puede una letra de canción ser poesía? Como respuesta, baste aquella idea de Robert Schumann que dice: “la estética de un arte es la de las otras; solamente difieren los materiales”, un concepto que concuerda con el de Friedrich Schlegel cuando afirma que todo arte encuentra sus leyes en la poesía.

Charly canta:

“Quiero verte desnuda / el día en que desfilen los cuerpos / que han sido salvados, nena / sola en una autopista / que tenga infinitos carteles / que no digan nada”

Hay una sensibilidad única en este fragmento de “Eiti Leda” (antes “Nena”, de Sui Generis), reescrita para su etapa en Serú Girán. Se sabe, varias letras de García pueden leerse como metáforas del estado de ánimo de un contexto social. Desde aquellos lejanos versos “la fianza la pagó un amigo / las heridas son del oficial” de “Confesiones de invierno” a títulos como “Juan Represión” y “Las increíbles aventuras del Sr. Tijeras”, tríada perteneciente a Sui Generis, Charly ha sido siempre un agudo alegorista de sus emociones y del país. Sus letras son caja de resonancia, sus letras son saetas que dan en el blanco.

A “Cómo mata el viento norte” de La Máquina de Hacer Pájaros, la banda que sucedió a Sui Generis, o “El fantasma de Canterville”, compuesta para León Gieco, incluida y luego censurada de la banda y disco homónimo Porsuigieco, Charly sumará también gemas como “A los jóvenes de ayer” “Canción de Alicia en el país” o “No llores por mí Argentina” de la mencionada Serú Girán. Para ese momento y con tan sólo 30 años, el músico ya tiene en su haber varios de los discos más importantes del rock de estas tierras. Pero el show recién comienza, claro. En el umbral de la recuperada democracia, nacerá un nuevo Charly, el de su etapa solista.

Así, sus nuevas letras se escriben inicialmente, yendo de la cama al living, pero surgen renovadas, sin perder ese modo auténtico de decir. Un artista en constante reinvención, creador de imágenes nuevas, cotidianas y existencialistas: “no ves que el mundo gira al revés” (Ojos de video tape) “Calambres en el alma / cada cual, tiene un trip en el bocho / difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo (Promesas sobre el bidet). Charly vuela, se vuelve faro (¿acaso ya no lo era?) y logra frutos de extraña y delicada belleza, de mágicas coloraturas.

Las definiciones acerca de lo que significa ser un poeta son diversas, Arthur Rimbaud arriesga que es un maldito, Víctor Hugo, un profeta, Fernando Pessoa, que es aquel que es capaz de “ponerse almas como trajes”. Todas estas aproximaciones caben a la figura de Charly García.

El tiempo transcurre y él, con ese “demasiado dolor” que lo lleva a recurrentes infiernos a partir de la década del noventa, logra recuperarse. Como el Ave Fénix, renace una y otra vez de sus cenizas y, poco a poco, se vuelve atemporal.

Títulos como “No bombardeen Buenos Aires”, “Inconsciente colectivo” “Los dinosaurios”, “Raros peinados nuevos”, “Adela en el carrousell”, “Filosofía barata y zapatos de goma” o, ya de su etapa Say no more, “Asesíname Stone” y “La máquina de ser feliz”, entre otros, le ponen letra y música a varios de nuestros sentimientos a lo largo de las generaciones. Siempre conmovedor, siempre al hueso, nuestro artista trabaja la paradoja como pocos y es bellísimo espejo. Por eso es tan grande, un artista del carajo, como se dice.

¿De dónde viniste, Charly? Sos luz, fuente, Grial. Como vos dijiste, no existe una escuela que enseñe a vivir. Mientras tanto, desarma y sangra, Charly, como nos pasa a todos. Pero en la carne, ya lo sabés, llevamos, como un adorado estigma, tu obra.

 

Gustavo Di Pace