“Se entra por una puerta doble, vaivén.
Adentro hay una combinación de seccional y oficina de informes en la que se
sienta una de esas mujeres sin edad que uno puede ver en las oficinas
municipales de cualquier ciudad del planeta. Nunca fueron jóvenes y nunca serán
viejas. No tienen belleza, ni encanto, ni estilo. No tienen que agradar a
nadie. Están seguras. Son corteses sin llegar nunca a ser amables, e
inteligentes e informadas sin tener ningún verdadero interés en nada. Son eso
en lo que se transforman los seres humanos cuando cambian la vida por la
existencia, y la ambición por la seguridad.”
“Tomé hacia el oeste por Sunset
Boulevard, pero no fui a casa. En La
Brea doblé hacia el norte y seguí hacia Highland, subí por
Cahuenga Pass y bajé por el Ventura Boulevard; pasé por Studio City, Sherman
Oaks y Encino. No hubo nada de solitario en la excursión. Nunca se está solo en
ese camino. Chicos amantes de la velocidad pasaban en Fords sin capota por
arriba y por debajo siguiendo las corrientes del tránsito, escurriéndose a un
décimo de centímetro de los paragolpes ajenos pero, no sé cómo, sin estrellarse
nunca. Hombres cansados en cupés y sedanes polvorientos entrecerraban los ojos
y apretaban las manos sobre los volantes y se deslizaban hacia el norte o el
oeste, hacia sus casas y sus cenas, la página deportiva del diario de la tarde,
el ruido de la radio, los gemidos de sus hijos malcriados y el parloteo de sus
esposas tontas. Pasé frente a las luces de neón y las falsas fachadas que
tenían debajo, frente a los grasientos puestos de hamburguesas que parecían
palacios bajo el colorinche, los restaurantes circulares para automovilistas
que no querían apearse, alegres como circos con sus mostradores brillantes y
atrás las cocinas sudorosas donde se preparaban cosas que habrían envenenado a
un sapo”