Postulación
de la escritura del Grito Primitivo
Al instante inicial no se llega.
desde allí, cada
vez, se parte
ese partir es nuestro estar:
es el crear
Hugo Mujica
Una escritura que
invoque el Grito Primitivo, escribir con la fuerza de ese alarido que damos al
nacer. Aspirar a lo esencial, a esa voz primera y su potencia, el desgarro ante
el mundo protector que se pierde y el mundo que asoma. El pequeño cuerpo morado
y virgen al aire y al afuera, que acepta el desafío de ese primer llamado de la
vida de este lado, llamado de otro del que fuimos (o no) íntimo deseo.
Vislumbrar esa
luz primera a la que nacemos, respirar a pesar del corte del cordón amoroso. ¿Y
cómo se honra ese momento capital? Con el trabajo con la Palabra. A esa forma,
a ese modo de agradecimiento, responde la escritura del Grito Primitivo. En
sonante paradoja se da un lenguaje a esa voz que no lo tiene.
Porque ese niño
que grita ante la primera bocanada de aire, que despierta del gran sueño
literario que es el útero, es arrojado a otra literatura posible, para ser él mismo
un creador, el padre de un devenir de palabras. Y en ese devenir las palabras
nacen y mueren y vuelven a nacer: sabia repetición y ciclo infinito.
Pero… este es
sólo el comienzo. Porque esa palabra-latido que podría respirar en el papel, en
una sístole-diástole del texto, necesita constituirse en sí misma. Hay que
perfeccionar lo esencial para que el grito cale en el lector, tallar la palabra
como un escultor lo hace en la piedra. Esto permitirá que nazca la identidad
artística, la voz personal del escritor. La construcción de un templo en la
roca. Porque ese encuentro con el mundo de afuera debe respirarse en todo su
“siendo” para que la palabra-latido se escriba.
Una literatura
de esta clase conjura ese momento del origen (el in utero que muere para nacer) al que desde luego jamás llegará, un
intento imposible pero que, en su deseo de aproximación, residirá su valor, el
coraje del artista. Honrar el sagrado pasaje del agua protectora a la tierra y
de allí a la incertidumbre del cielo, pero para invertir los términos: de la
incertidumbre de la placenta al cielo protector que es la literatura, donde el
yo se “descristaliza”.
Ante este mundo
donde todo parece ser liviano y efímero, se proponen innumerables universos,
multiplicadas voces únicas que constituyan, en su diferencia, una literatura
nueva y llena de matices, renovadora. La escritura del Grito Primitivo es una
pluma sólida que se ve, se toca, se huele, se oye y se saborea, excede con
creces la recepción intelectual, la trasciende, la vuelve Espíritu.