Cuando se comprende el sentido filosófico del absurdo y se aprende a vivir
con él, aparece una palabra clave: aventura. Y en la vida, o lo que haya de
este lado de la muerte, reina una libertad suprema.
“No hay más que un problema filosófico realmente serio: el suicidio”. Con este disparo ALBERT CAMUS
(1913-1960) inicia su ensayo El mito de Sísifo, sin duda uno de los
libros más influyentes de mediados del siglo XX. Si la vida no tiene sentido ni
propósito, ¿para qué seguir viviendo? Camus afirma que al suicidio siempre se
lo trató como un problema social. Para él, era una cuestión existencial —la
única que verdaderamente cuenta.
Un suicidio “es preparado en el silencio del corazón del mismo modo que
una gran obra de arte”. Morir a manos de uno mismo implica reconocer
“la falta de toda razón auténtica para vivir…” y la futilidad del
sufrimiento.
En ausencia de un Dios o de un “juez” divino, el ser humano se vuelve a la
vez el acusado y su propio juez, y tiene el derecho de autocondenarse.
Kierkegaard, Fiódor Dostoiesvski, Fanz Kafka, Edmund Husserl y otros escritores
que enfrentaron este absurdo, rechazaron la opción del suicidio y así se
reconciliaron con lo irracional. Según Camús, esto los fuerza a aceptar que el
afán humano de comprensión será negado y que el hombre permanecerá en un
estado permanente de humillación.
En este punto Camus se vuelve crucial. Dice que no es mediante el suicidio
como un ser humano se enfrenta con el absurdo, que hay que “morir sin
reconciliarse y no en forma voluntaria. El suicidio es una falta de
comprensión. De hecho la vida consiste en mantener vivo el absurdo, y para eso
básicamente hay que observarlo”.
Vivir el absurdo significa,
por sobre todo “una falta total de esperanza (que no equivale a la
desesperación), un rechazo permanente (que no equivale a la renuncia) y una
insatisfacción consciente (que no es lo mismo que ansiedad juvenil)”
De ello se infiere esta
aparente contradicción:
“La vida será vivida más plenamente en la medida que no tiene sentido”
La falta de esperanza libera
al hombre de toda ilusión acerca del futuro, y entonces es capaz de “vivir
su aventura dentro de los límites de su tiempo de vida”.
David Zane Mairowitz