jueves, 10 de agosto de 2017

Fragmentos de Los ríos profundos, de José María Arguedas, brevísima bio ¡y que la literatura sea!




José María Arguedas (1911-1969)

Este gran escritor peruano, que imprime a sus historias y personajes una ternura maravillosa, es un fiel exponente de dos mundos que conviven en el Perú, el indígena y el europeo. Algunas de sus obras son: Agua (1935), Yawar fiesta (1941) Diamantes y pedernales (1954), Los ríos profundos (1956), Todas las sangres (1964) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971).


Los ríos profundos (fragmentos)


“La terminación quechua yllu es una onomatopeya. Yllu representa en una de sus formas la música que producen las alas en vuelo; música que surge del movimiento de objetos leves. Esta voz tiene semejanza con otra más vasta: illa. Illa nombra a cierta especie de luz y a los monstruos que nacieron heridos por los rayos de la luna. Illa es un niño de dos cabezas o un becerro que nace decapitado: o un peñasco gigante, todo negro y lúcido, cuya superficie apareciera cruzada por una vena ancha de roca blanca, de opaca luz; es también illa una mazorca cuyas hileras de maíz se entrecruzan o forman remolinos; son illas los toros míticos que habitan el fondo de los lagos solitarios, de las altas lagunas rodeadas de totora, pobladas de patos negros. Todos los illas, causan el bien o el mal,  pero siempre en grado sumo. Tocar un illa, y morir o alcanzar la resurrección, es posible.”


“Yo no pude ver el pequeño trompo ni la forma cómo Antero lo encordelaba. Me dejaron entre los últimos, cerca del “Añuco”. Solo vi que Antero, en el centro del grupo, daba una especie de golpe con el brazo derecho. Luego escuché un canto delgado.
Era aún temprano; las paredes del patio daban mucha sombra; el sol encendía la cal de los muros, por el lado del poniente. El aire de las quebradas profundas y el sol cálido no son propicios a la difusión de los sonidos; apagan el canto de las aves, lo absorben; en cambio, hay bosques que permiten estar siempre cerca de los pájaros que cantan. En los campos templados o fríos, la voz humana o la de las aves es llevada por el viento a grandes distancias. Sin embargo, bajo el sol denso, el canto del zumbayllu se propagó con una claridad extraña; parecía tener agudo filo. Todo el aire debía estar henchido de esa voz delgada; y toda la tierra, ese piso arenoso del que parecía brotar.
-¡Zumbayllu, zumbayllu!
Repetí muchas veces el nombre, mientras olía el zumbido del trompo. Era como un coro de grandes tankayllus fijos en un sitio, prisioneros sobre el polvo. Y causaba alegría repetir esta palabra, tan semejante al nombre de los dulces insectos que desaparecían cantando en la luz.”